La potencia del cine es incomodar. Voz, violencia y representación.
Al indagar por lo que puede hacer el cine para construir democracia, el investigador Juan Carlos Arias nos plantea que “la potencia democrática del cine solo se puede desplegar en tanto la imagen deje de mostrar identidades y empiece a hacer visibles singularidades” y expone que aunque su naturaleza técnica permite que todos sean susceptibles de compartir la misma imagen y adquirir visibilidad, el tener una imagen del otro no es suficiente para reconocer la tensión que separa a quienes nunca han tenido una voz pública y aquellos que los excluyen.
Arias ejemplifica cómo el uso de los testimonios y las imágenes del rostro de víctimas, ha permitido que estas hayan sido sobreexpuestas no porque se hayan creado demasiadas imágenes de ellas sino porque han sido insertadas dentro de los mismos códigos familiares que permiten verlos como víctimas.
Propone que la visibilidad del otro es posible en cierta disolución del rostro y la palabra, en convertir el rostro en gesto y el testimonio como palabra articulada en voz. No es simplemente permitir hablar a quienes no pueden hacerlo, o mostrar las costumbres y acciones de los otros exóticos y desconocidos. “La potencia propia del cine por la cual da la palabra a aquello que no estaba destinado a tenerla, consiste más bien en desligar a las palabras de lo que ellas mismas dicen y separar a las imágenes de lo que ellas mismas muestran.”
Arias define la identidad como algo dado, que existe antes y por fuera de la imagen, algo ya resuelto; y la singularidad como una tensión, para señalar que es esta la que el cine y el arte pueden hacer visible, no simplemente a través de sujetos o identidades; sino singularidades históricas.
Ubica entonces la potencia del cine en la capacidad de operar como un lugar crítico para problematizar algunas prácticas y categorías que hemos normalizado y naturalizado. Propone la constitución de un espacio crítico donde se cuestionen los presupuestos fundamentales sobre la voz misma.
“La potencia democrática de la imagen radica en dar la voz o en dar el rostro sin presuponer su forma, abriendo un espacio de dislocación para la voz y el rostro mismos. Al final es muy simple, la potencia del cine es incomodar.”