GAVIRIA GANÓ DEMANDA POR «LA MUJER DEL ANIMAL»
Por: FERNANDO IRIARTE M.
Cuando me encontré con Víctor Gaviria, el cineasta, en la calle diecinueve con carrera quinta en Bogotá, en ese pequeño centro comercial lleno de negocios de tatuaje y una cuantas cafeterías, no parecía especialmente preocupado. Sin embargo, lo estaba. No era evidente, pero resultaba claro que quería saber, en términos de derechos de autor, si haber declarado en el periódico El País que alguien le había hecho mención de una historia real y que a partir de allí, en parte, había investigado para hacer una película, le daba derechos morales y patrimoniales al que le contó la historia.
Le dije que no y de inmediato le pregunté cuál era la situación concreta.
Me explicó que lo había demandado un actor de un filme suyo, un filme anterior. Ese actor pensaba que la historia de la película La mujer del animal le pertenecía y que él, Víctor Gaviria, se la había robado.
Las historias reales no son de nadie, le dije. Son hechos que ocurrieron y pasaron a ser del mundo de las ideas, y en todos los países donde hay legislación sobre derechos intelectuales se señala que las ideas no pueden ser apropiadas por nadie, son de la humanidad.
¿Eso es verdad?, inquirió.
Claro. La que sí está protegida es la manera, la forma como se materializa esa idea. ¿Acaso fue que te adueñaste de una obra creada por ese actor tuyo? A propósito, ¿quién es?, ¿en qué película actuó?
Me demandó Fabio Restrepo, actor de Sumas y restas, a partir de la cual se volvió conocido. Él dice que yo tomé la historia de un libro suyo, que se llama Verdugo de verdugos; específicamente, del relato de un personaje llamado Tarzán, uno de los malos del barrio.
¿Y es verdad?, quise saber.
No, hombre. La historia de Tarzán no es la historia de la película. Tarzán tampoco es el Animal que aparece en La mujer del animal. Tarzán tiene algunos rasgos buenos; en cambio, el Animal es una verdadera bestia, dijo con énfasis.
Bueno, pero…
Además, la película cuenta la historia cruel, muy cruel, que vivió la mujer del Animal. Es la historia de ella, y esa historia no la conocía Fabio Restrepo. Yo la investigué por mi cuenta. Me la dijo ella misma y yo la corroboré con muchas personas del barrio Popular de Medellín, donde ocurrieron los hechos.
Aclaremos las cosas: ¿utilizaste la misma estructura narrativa del relato de Tarzán?
No, no. Esa es una historia muy rápida de un malo de barrio, contada en pocas palabras. Yo cuento otra historia, la de una mujer que es víctima del machismo más brutal. Una historia mucho más elaborada y con más creatividad.
¿En términos generales, los personajes son los mismos, con idénticas características?
No, no, tampoco. Mi personaje es la mujer, la víctima. Y el animal no es Tarzán, sino otro mucho peor.
¿El contexto específico, entonces, es el mismo?
¿Cómo así?
¿El contexto de La mujer del animal es el mismo contexto particular de Tarzán?
No. Es el contexto de un barrio; digamos, el prototipo de un barrio popular de Medellín. Nadie es dueño de eso, cualquiera lo puede usar.
Bueno, ¿pero es la misma historia que escribió tu actor, Fabio Restrepo, en su libro?
¡Qué va!, dijo Víctor algo exasperado. Él habla de Tarzán y lo que ese tipo hizo. Yo relato la historia de la mujer del Animal, otra cosa muy distinta.
Pues entonces, opiné, no has violado los derechos que reclama el actor que te demandó. Está completamente equivocado.
¿Tú crees?
Absolutamente seguro. Algunos imaginan que si conocieron unos hechos reales y se los contaron a otro, esos hechos, esa historia, le pertenecen. Los hechos reales no tienen dueño, son solo hechos, y como ya ocurrieron pasaron a estar en el mundo de las ideas. Después, cualquiera, dos, tres, cuatro, cinco personas pueden contar los mismos hechos, cada uno a su manera, y saldrán entonces cinco obras originales distintas, que se refieren a los mismos hechos, pero ya sabemos que estos no son propiedad de nadie.
Y como tú no narras la historia de Tarzán, no utilizas la misma estructura narrativa que uso Fabio Restrepo en sus libro, los personajes son distintos y el contexto es el típico de un barrio popular, que cualquiera conoce, ¿dónde estaría la violación de derechos de que te acusan? ¡En ninguna parte! Debes estar tranquilo, concluí para calmarlo.
Pero no se calmó. Ni siquiera cuando le recordé que él había investigado su propia historia por su propia cuenta, entrevistando a decenas de personas que conocían los hechos tanto o más que Fabio Restrepo, y que lo que pasaba era que cada uno había hecho una obra distinta, ninguna de la cual dependía de la otra.
Por mi parte, quedé también preocupado por la preocupación de Víctor. Él tenía razón. Veía en injusto peligro su reputación creativa como director de cine que es, con todo derecho, y que el país conoce, independientemente de si se comparten o no el tema y la forma de sus películas.
Tuvieron que transcurrir algunas semanas para que, finalmente, Víctor Gaviria pudiera descansar tranquilo.
El seis de diciembre pasado, a las once y cinco minutos de la mañana, en la sala de audiencias de la calle veintiocho de Bogotá, debajo de la carrera trece, piso diecisiete del todavía más alto edificio de la zona, el Subdirector de Asuntos Jurídicos del Derecho Nacional de Derechos de Autor profirió sentencia en el caso Fabio Restrepo versus Víctor Gaviria y Viga Producciones SA. Dijo con claridad y ponderadamente que Víctor Gaviria no había violado ningún derecho autoral y que, en consecuencia, desestimaba todas las pretensiones del demandante. También lo condenó a pagar las agencias en derecho.
Me fijé en la expresión serena del juez, un hombre joven que conoce muy bien la delicada materia a que se refieren sus fallos.
Vi también, yo estaba allí como apoderado de Viga Producciones, el gesto de contrariedad del demandante, por resultar vencido. Pero es apenas explicable.
Por su parte, Víctor y su abogada se sonrieron el uno al otro, con el más grande alivio que se pueda imaginar. Creo que sonaron campanas.