Cuando estaba en la Universidad de Antioquia, en los primeros años, en el 74, 75, apareció un joven homosexual, que revestido de un discurso político, de pronto asumía la defensa de su camino, y de todos aquellos que, como él, asumían explícitamente otra sexualidad. Se llamaba León Zuleta. Era un muchacho inteligente, formado en el marxismo, rebelde, militante homosexual, pero al mismo tiempo cordial, buen amigo, bajo cuyo influjo escribí yo también algún texto en donde se trenzaban la política y la sexualidad, de aquellos que salían del mimeógrafo a las manos y circulaban por los pasillos y las cafeterías de la universidad.
Después de que han pasado cuarenta años y que ha cambiado, en el mundo lejano, y en este cercano de Medellín y Antioquia, profundamente la actitud hacia la diversidad sexual, y se ha impuesto el respeto por las otras sexualidades y los otros caminos, ahora entiendo que León fue un eslabón, en esta transformación: su militancia estridente, femenina, siempre entusiasta, que brillaba en sus ojos con la alegría del que escapa del estigma y el rechazo, que mezclaba en su voz los tonos de los sexos y proponía unos nuevos, que nos desconcertaban, se me aparece ahora nítida, y sé que correrá en mi cabeza como una película personal, en los días de este 5to. Festival de Cine de Jardín, cuyo tema es la diversidad sexual y su incidencia en la libertad del cine: “Cine Cuir: en busca de una nueva humanidad”. Las imágenes sorneras y socarronas que me vienen de León Zuleta, son una pequeñísima parte de esa nueva humanidad de estar en el mundo que él nos enseñó durante aquellos años .
León Zuleta fue importante en esa cadena de transformaciones. Como lo fueron también, en el territorio cercano, pintores como Félix Ángel, con su libro “Te quiero mucho, poco, poquito, nada”, o escritores como Fernando Vallejo, que ha desplegado el arte de la furia como un guerra incesante contra el mundo prepotente de la normatividad sexual.
La experiencia de la Mujer del Animal, que me llevó a conversar con mujeres de todas las edades, que fueron perseguidas y maltratadas por el simple pecado de portar en el fondo de su ser una libertad irrenunciable, que las hacía levantarse de un salto de la cama y mirar por la ventana una calle que encontraban bella y las hacía sonreír, ese pecado de la libertad que los hombres no podían permitir, me puso de frente a una cultura patriarcal que reposa en el fondo de todos los autoritarismos: en los colegios, en las empresas, en la academia, en los soldados de todas los ejércitos, en los asesinos de los líderes sociales en las veredas, en las violaciones cínicas que cometían el Animal y la banda de los Melachos en el barrio Popular durante los años 70… Es el mismo autoritarismo patriarcal que castiga a los travestis del parque Bolívar todas las noches con patadas, puños y golpes que, a pesar de todo, no los vencen, porque lo suyo nace de un cuerpo que está hecho de deseo, libertad e imaginación.
Yo recuerdo que, cuando estábamos niños, y nos sentábamos a ver televisión y aparecía de pronto un cantante joven, yeyé-gogó, con su rostro fresco y su melena reluciente y bella, nuestros padres se levantaban fastidiados, con una mueca de repugnancia en su cara, y pronunciaban unas palabras estigmatizantes que señalaban a estos jóvenes sin piedad: eran unos “dañados”. Y así recibíamos de nuestros padres unos rechazos furiosos, como si se tratara de una humanidad realmente “podrida”.
Los espectadores de la Muestra Central de nuestro 5to. Festival de Cine de Jardín, se encontrarán en estas películas escenas semejantes a esta pequeña escena personal, en donde la sociedad, y quienes la representan, dictan una triste sentencia de muerte social a todos aquellos que han encontrado el destino de su diversidad sexual. Personajes que conquistan a los espectadores gracias al respetuoso cine, de pronto encuentran una ley que los rechaza y los estigmatiza. Secuencias y momentos en donde estos personajes diversos son señalados como monstruos, acusados de un contagio letal y condenados a huir, a desaparecer de la vida y obligados a vivir en ghettos que, a pesar de todo, no los salvan de la persecución. Tengo la esperanza que estas secuencias, que aparecen una y otra vez en las hermosas películas seleccionadas, y que revelan el carácter injusto y mezquino de todo autoritarismo patriarcal, produzcan un cambio real en los espectadores.
“No podemos vivir más esa premisa, en donde la felicidad solo parece alcanzarse si te adhieres a un molde: casarte, tener hijos y rendirle obediencia a los hombres. Que estas películas nos recuerden que no estamos solas, que existen tantos caminos posibles como individuos y que tenemos derecho a gozar sin ningún límite”, me dijo Mercedes, mi hija.
Sólo les puedo asegurar, para terminar, que los personajes que invitamos a conversar frente a los espectadores, nos sorprenderán y nos cambiarán un poco más. Escribo sus nombres, como una forma de agradecerles haber respondido a esta invitación, y acompañarnos a esta aventura del ser y del cine que es este 5to Festival de Cine de Jardín.
Sebastán Lelio, Guillermo Correa, Brigitte Baptiste, Analú Laferal y Albertina Carri: bienvenidas y bienvenidos a este festival, gracias por conectarse con nosotros en estos tiempos de aislamiento, que nos tornan frágiles y susceptibles de pensar.
Víctor Gaviria
Director del 5to. Festival de Cine de Jardín