Durante su presentación en el 2º Festival de Cine de Jardín, el escritor William Ospina expresó su deseo de escribir un libro llamado El taller, el templo y el hogar. Lamentó el hecho de que estos tres escenarios se han ido disociando de una manera alarmante y, para dar piso a tal afirmación, realizó un recorrido minucioso por la percepción que hemos tenido de la naturaleza en diferentes periodos de la historia como el Renacimiento y el Romanticismo.
Al Renacimiento le atribuye especial importancia por la revolución que provocó en las costumbres; una que cambió la manera de pintar, de hacer la música, de estar en el mundo y entender nuestra presencia en él. Aseguró, por ejemplo, que nuestra idea contemporánea del paisaje y, en gran medida, la idea que tenemos de la naturaleza es resultado de lo que se gestó en este periodo.
Destacó de manera especial el papel del polímata Alejandro de Humboldt, como modelo de Goethe para la construcción de Fausto. Su vivacidad intelectual, en opinión de Ospina, le ayudó a completar los rasgos de su personaje y lo considera fundador de parte de la sensibilidad humana frente a la idea de naturaleza y del lugar que ocupamos en ella.
Aseguró que en la Edad Media estaban más cerca los conceptos del taller, el templo y el hogar. Había una suerte de casas colectivas donde estaba el taller, pero además donde se sentía también el templo. Hoy, por el contrario, la ciudad es lo que no es naturaleza; tratamos de huir de ella o de estar por encima de ella. Dijo que en este horizonte pavoroso en que vivimos, es cada vez más necesario convertir las ciudades en bosques y aplaudió el que Copenague sea la ciudad verde y ecológica que decidió ser.
Invitó asimismo a mirar el mundo como prolongación de nuestro organismo y no como algo radicalmente lejano a él; ver que nos hemos extraviado en la idea de que somos uno y el medio ambiente otro, como si no fuera nuestra vida un diálogo con esa naturaleza. Con el triunfo del antropocentrismo, dijo, el esfuerzo por construir un mundo humano para satisfacer nuestros caprichos y, en lugar de esto, con la idea deformada de nosotros mismos, se ha construido uno inhumano.
Aseguró que perdemos nuestra libertad, que se apodera de nosotros la nostalgia por otros tiempos; resaltó que la Edad Media tuvo cruzadas, pestes, conflictos, todo terrible; pero si se mira en perspectiva, era una época donde el agua era pura y el mundo estaba lleno de bosques. El aire no estaba contaminado. Resaltó por ejemplo que el éxito de la cinta El señor de los anillos tiene que ver con la restitución de un mundo natural, sin las contaminaciones de hoy. No es la Edad Media terrorífica, sino la edad media idealizada por el Romanticismo; la idea de que la Edad Media y cualquier edad antes que esta era mucho más pura, más natural.
Añadió que ya nadie grita que están envenenando los manantiales, porque ya sabemos que están envenenados. Que vamos construyendo un mundo inhóspito y cada vez más ingobernable.
Volvió a la idea de hacer su libro para recordar tres cosas:
En primer lugar, el hecho de que Picasso asegurara “Para mí una casa es un taller o no es nada”. Al verlo en acción, anotó, se puede comprender ese concepto. Al comerse un pescado, Picasso no lo botaba; lo llenaba de barniz y lo hacía parte de una obra de arte. Esta idea de Picasso es sobre todo la propuesta de que el habitar no puede estar divorciado del hacer y del crear.
En segundo lugar recordó cómo Emily Dickinson aseguraba que la gente madrugaba para ir al templo a rezar, para merecer el cielo, y señaló cómo ella se quedaba en el jardín porque mientras ellos trataban de ganarse el cielo, ella prefería estar en él desde el comienzo: la religión no disociada de la vida, la divinidad como parte de la naturaleza, la casa como espacio donde también puede estar el cielo.
Compartió también cómo a Heráclito de Éfeso lo encontraron algunas personas en la cocina y se quedaron en el umbral y cómo él les dijo “Entrad que aquí también están los dioses”. Mencionó el parentesco con la anécdota de Emily en el sentido de que los dioses no están tan lejos, que pueden formar parte de la vida. Los dioses están en la cocina y posiblemente nacieron allí. Concluyó con la frase de Hönderlin sobre la necesidad de recordar el sentido sagrado del mundo: “En lo divino creen únicamente aquellos que lo son”.
Finalmente, llamó la atención del público sobre cómo en estas citas está sugerida la posibilidad de una relación con el habitar, el hacer y lo sagrado. Igualmente el respeto por lo divino en términos no eclesiásticos en relación con la aproximación de estas tres cosas tan disociadas y sobre el hecho de que en la sociedad contemporánea hay tres formas de fe: la razón, el consumo y el ser humano.
Por el triunfo del cristianismo, consideró Ospina, el humano comenzó su extraña exaltación por ser hecho a imagen y semejanza de Dios y, en esa medida, perdieron valor la salamandra y la mariposa y comenzó nuestra autoadmiración.
El agua nos gusta si es embotellada, pero la natural la rechazamos. Se preguntó cómo no somos capaces de ponerle límite a la ciencia y a la tecnología porque hemos querido saberlo todo y cuanto más sabemos, más dañinos nos hemos vuelto. “Hay un hastío muy grande y muy profundo que no se mide en los niveles de depresión o de suicidio, sino en la abrumadora sed de espectáculo que caracteriza a esta época. Nunca la humanidad estuvo tan uniformada, tan simplificada. ¿La conciencia humana llegará antes que la catástrofe?”, inquietó al término de su conferencia.