Que bueno estar de nuevo en un lugar y un espacio del encuentro, bajo un ramillete de películas y  relatos. Vivir, encontrarnos, pensar, “en patota”, en colectivo. Algo bueno resultará de aquí…

A través del arte entraremos al corazón del posconflicto, a través de esa síntesis que el arte logra encontraremos el lugar para nuestras emociones en pugna, nuestros pensamientos dispersos y confusos.

El arte, en este caso el cine, va a darle el rostro al horror, a la verdad, a los retratos escandalosos de inhumanidad, al odio, al miedo y al dolor…

En estas cuatro noches y tres días veremos a los victimarios tratar de justificar sus actos de matar a través de sus prejuicios, de sus ideologías, y sus palabras no lograrán esconder las experiencias letales,  punitivas y crueles  hacia el prójimo, quedarán desnudos sus actos y sus caras se descompondrán porque ni siquiera para los asesinos es fácil sobrellevar el despojo de humanidad que significa disponer sobre la vida de los demás.

En los juicios y en sus confesiones arrogantes veremos derribarse los prejuicios y los odios racistas y clasistas frente a los familiares de las víctimas, que caen al suelo envueltos en un dolor que gime y grita con las voces del amor herido.

Veremos combinarse las peores acciones con la dulce vida cotidiana, como si mezcláramos el fuego con el agua, en un cinismo desnudo, que escandaliza de verdad.

Pensaremos, a través de algunas películas, en el mal, que se disfraza de banalidad, para engañarnos, porque antes de actuar y arrasar con todo su odio, el mal banaliza, trivializa y desvaloriza la vida de los otros, para que el genocidio sea algo tan natural e inevitable como la caída de un viejo mueble.

Ahora que nos prometen que la guerra parará, que comenzará a detenerse a partir de un primer cese bilateral del fuego, las dos máquinas de guerra y salvaje punición, la del Estado y la de la insurgencia, lo primero que brotará será la idea de que ha sido infinitamente infame la forma como el pueblo más humilde, indefenso e inocente, ha sido castigado por la guerra, por el solo hecho de ser pueblo, es decir, por el solo hecho de poseer el tejido frágil y sagrado de la vida cotidiana…

Como esa vida cotidiana y sus valores sagrados están antes y más allá del poder y no es puente ni herramienta para abusar de los demás, de ahí nace esa envida que quiere verla arrasada sin piedad….Y veremos en las películas y en los documentales cómo es arrasada sin piedad…

Y entonces brotará la verdad nítida y patente de que detrás de las cortinas de humo de las ideologías, están las razones del lucro, los despojos de tierras, los negocios turbios de los poderosos de todos los pelambres, que se mezclan y se disimulan entre los delincuentes.

Y nos daremos cuenta entonces que eso es sólo lo que, como sociedad y como país, le hemos dado a nuestra juventud y a nuestro pueblo de Colombia: la guerra como forma de existir. Lo que podemos llamar la guerra diaria de la exclusión, la guerra de los excluidos.

Y veremos entonces, a través de algunos documentales rigurosos y objetivos, cómo las ambiciones criminales se visten de “guerra fría” para arrasar con todo el tejido de vida de las comunidades campesinas. Y los autores de estos documentales reconstruyen ese tejido de vida a través de las huellas y documentos que perviven: fotos de convites, de bailes, de baños colectivos y paseos a las orillas de los ríos, fotos de las adolescentes en flor, de los muchachos serios que miran de frente más allá de la cámara, esperando que brote la luz en sus ojos a través de las guerras del sexo y del amor…

El crimen aparece entonces como lo que es: rapacidad, ambición, absurda y triste insensibilidad, robo, despojo, abuso, maldad desnuda… Todo lo demás son cortinas de humo.

Pero las comunidades de pronto deciden retornar, volver, a pesar del resentimiento y el miedo, regresar  a rehacer esos tejidos de la vida en comunidad. Volver a rehacer la potente vida de todos los días, que ha borrado el pasado.

No olvidan, porque las gotas del miedo en el fondo del cuerpo no permiten olvidar, no olvidan para que los abusos no los sorprendan en su repetición.  Y entonces cubren el pasado tenebroso con el manto de la vida. Sólo el manto de la vida rehecha permite que la vida continúe.

Y brota entonces ese invento del hombre que modifica el pasado: el perdón, como la brisa de esta última tarde que distrae y dispersa las penas. Sólo se perdona lo imperdonable.

Cuando voy por las barriadas como un interlocutor de los jóvenes que labran su originalidad a pesar de la implacable exclusión, me doy cuenta que sólo les hemos dado la guerra.

Les preguntó por qué odian hasta la muerte a los jóvenes que portan una camiseta de un equipo de fútbol rival, si se trata de un juego, pero ellos dan como respuesta el relato de sus emociones en las tribunas, a las que alguien lo ha invitado por casualidad, en donde un gol es celebrado arrojándose a las mallas, arrojándose en brazos de una familia de desconocidos que nunca han tenido…

¿Qué es el posconflicto? El momento en que cada uno le concede al otro lo que uno tiene: estudio, trabajo, oficio, familia, viaje…

Pero sobre todo la capacidad y la posibilidad de oír de una vez por todas las voces del dolor de las comunidades, de las personas más humildes, un dolor que abre las puertas, a veces inaccesibles, de la humanidad que necesitamos para poblar la tierra con amor.

A veces nos llena de estupor y ansiedad ver las columnas de gentes buscando sobrevivir en nuestras ciudades, ríos de personas en el “rebusque”, los vemos ir de un lado a otro como sin destino ni dirección, pero ahora cuando pare la guerra y brote la verdad de que ese pueblo deber ser respetado y amado, veremos que estos ríos de gente van unos al encuentro de los otros, veremos que tienen camino y dirección, y sus voces profundas y propias, sus voces de alegría y de protesta incluso, nos llenaran de un extraño sosiego…

Ese es el destino de este pequeño Festival de Jardín: los jóvenes de todas las regiones de Colombia vendrán en bus hasta esta plaza, y con su actitud curiosa emparentarán los ríos con los ríos, las montañas con las montañas, unirán lo lejano con lo cercano…

Y entonces toda esa impresionante galería de cabezas y rostros inertes que están sacudidos porque fueron sacados de la vida a través de la violencia, como el rostro de Gaitán, el rostro de Camilo Torres, el rostro de Desquite, del Mono Jojoy, de los muchachos asesinados en los barrios, de Álvaro Gómez, de Pablo Escobar, de delincuentes de barrio a quienes la muerte los sorprende y los saca de un destino hiperactivo de desasosiego, todos esos rostros cambiarán por otros rostros llenos de vida y entusiasmada serenidad.

Y termino con una cita de Estanislao Zuleta, que conocía como nadie  su  país: “el crimen es falta de patria para la acción, la perversidad es falta de patria para el deseo, la locura es falta de patria para la imaginación”.

Y comienza entonces para nosotros la obligación feliz de estar de nuevo dialogando, y la obligación, para las nuevas generaciones de todos los pueblos, veredas y ciudades del país, de reunirnos aquí cada año para prepararnos fascinados en contar lo que somos y hemos sido…

 

Víctor Gaviria

1 de Julio de 2016